Nota para una pedagogía innovadora
Publicado 16 Julio 2021
"Conocer es resolver. Conocer el país,
y gobernarlo conforme al conocimiento,
es el único modo de librarlo de tiranías. […]
Injértese en nuestras repúblicas el mundo;
pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.”
José Martí [1]
La Ciudad tiene la misión de poner lo mejor de la experiencia cultural, productiva y científica de la Humanidad al servicio de la innovación para el cambio social. La necesidad de ese cambio ha salido a la luz en la crisis general detonada por la pandemia, y la normalidad que resulte de esa crisis dependerá en una importante medida de que nuestra sociedad encuentre y utilice los medios para innovarse y renovarse.
La complejidad de esta tarea es de por sí evidente, pues abarca dimensiones económicas, sociales, ambientales e institucionales. Por lo mismo, llevarla a cabo requerirá innovar en los medios que demanda la tarea.
En lo mejor de nuestra tradición cultural, uno de esos medios – quizás el más importante – es la educación. Aun así, nuestra manera de concebir ese medio sigue estando atada a las experiencias, muchas de ellas fecundas, de una normalidad que va quedando atrás, y tiende sin cesar a degradarse.
Por lo mismo, lo realmente importante aquí no es el de qué educación debemos ofrecer, sino para qué objetivos debemos educar. En el caso de la Ciudad, por ejemplo, esos objetivos se sintetizan en la visión de futuro que anima su actividad: una sociedad próspera, inclusiva, sostenible y – en virtud de todo ello – sostenible.
Aquí, el para qué define el cómo de la actividad educativa en todos sus niveles, y vincula esos niveles entre sí. En este caso, por ejemplo, debemos escoger entre una educación que contribuya a reproducir lo que nos parecía normal antes de la crisis, o una al servicio de la construcción de una normalidad que promueva y facilite la transformación de nuestra sociedad en el sentido que hemos señalado.
Esta segunda opción nos lleva a imaginar una educación que, en primer término, esté arraigada en nuestra historia. Es indispensable, por ejemplo, que desde temprano aprendamos que la experiencia humana en el Istmo abarca al menos 14 mil años, que incluyen grandes logros, así como grandes desastres, recuperaciones y transformaciones.
También es indispensable que aprendamos a ubicar esa historia en la del Istmo en que tiene lugar, desde su formación hace seis millones de años hasta la relación entre la organización natural de su territorio, y la organización territorial de la presencia humana en ese territorio…y las consecuencias de todo ello para nuestro presente y nuestro futuro. De todo eso ya se sabe mucho, y lo que asombra es lo poco que se enseña.
Lo importante aquí, en todo caso, no es tanto la cantidad de lo que se llega a conocer, sino la calidad de la organización de ese conocimiento con respecto a los fines para los cuales es producido, adquirido y aplicado. Comprender esto tiene gran valor para ir definiendo la pedagogía del conocer que necesitamos.
En esta perspectiva, por ejemplo, en el conocer que necesitamos destacan tres elementos. En primer lugar, el conocer debe estar arraigado en la realidad. Así, por ejemplo, la geografía debe entenderse desde el lugar en que se vive, de modo que cada quien pueda vincular entre sí, por ejemplo, las realidades de la cuenca en que habita con los problemas del circuito electoral en que vota.
Esto es indispensable por dos razones. Una es que es más difícil transformar lo que no se conoce que aquello que comprendemos. Otra es que aquello que conocemos es lo que ha llegado a ser a lo largo del tiempo: es el producto de un determinado desarrollo que implica múltiples procesos simultáneos e interdependientes, y solo puede ser transformado modificando esas relaciones de interdependencia.
Hacer eso demanda, en segundo lugar, un conocer pluricultural en un sentido a un tiempo social y profesional. Cada forma de vida, como cada disciplina profesional, generan su propio sentido común, con lo cual tienden a valorar la realidad en que actúan de maneras muy diversas. El historiador, el abogado, el médico y el ingeniero, como el obrero, el agricultor y el artesano, requieren de un conocer sustentado en un marco común de referencia y una comunidad de propósitos que les faciliten la colaboración en el desempeño de sus respectivas especialidades.
Por último – y por más evidente que parezca – la creación de una normalidad nueva demanda una actitud innovadora ante la realidad. El sentido fundamental del conocer qué necesitamos, en efecto, consiste en su capacidad para contribuir a la transformación de una realidad cuyo desarrollo la ha llevado a niveles inéditos de complejidad. Por eso mismo, el conocer qué demanda es el que corresponde a esa complejidad, tanto en lo que se refiere a sus desafíos, como en lo relativo a las oportunidades que debemos aprender a identificar en ella.
Educar, en estos tiempos, es sobre todo enseñar a conocer para transformar. En nuestra actividad, la fórmula I+D+i que tradicionalmente asociamos a la actividad de empresas específicas, puede y debe ser entendida a la escala de toda actividad de transformación social encaminada a hacer sostenible el desarrollo de nuestra especie en armonía con la naturaleza de la que depende su existencia.
Esta es una de las lecciones más importantes que nos ofrece la crisis que enfrentamos. Este es el núcleo de la pedagogía innovadora que necesitamos.
Dr. Guillermo Castro, Asesor Ejecutivo de la Fundación Ciudad del Saber