El camino a un tiempo nuevo
Publicado 9 Julio 2021
Una de las consecuencias de la pandemia de COVID 19 ha sido revelar, en la práctica social y económica, el riesgo acumulado por la desigualdad en el acceso a los beneficios de las nuevas tecnologías entre, y dentro, de las sociedades que coexisten en el moderno sistema mundial. Así, por ejemplo, para Enrique Lores, Presidente y Director Ejecutivo de Hewlett Packard, esa brecha no se limita a “un acceso reducido a la tecnología”, sino y sobre todo “a las conexiones” que la tecnología hace posible. Por ello, añade, se hace necesario que tanto las entidades públicas como las privadas inviertan “en programas de conectividad, hardware, contenido y alfabetización digital”. [1]
En estas circunstancias, y para un futuro que cada vez se apresura más en llegar a presente, la inclusión digital – sobre todo para los niños y niñas – debería ser “una prioridad máxima para los gobiernos y las empresas”. Aquí no solo se trata de mantener funcionando la oferta educativa. Además, se trata de no retrasar la incorporación al mundo que emerge de la IV Revolución Industrial de quienes serán sus principales arquitectas/os y constructores/as. La brecha digital existente ya separa del acceso a la tecnología a 463 millones de estudiantes que se han expulsado de hecho, del sistema educativo durante la pandemia.
Esa brecha digital, por otra parte, no es solo tecnológica. Además, es un brecha social y cultural. Aquí, como observa Lores,
Cuando una brecha digital se interpone en el camino para obtener una educación de calidad, también es una brecha de conocimiento. Cuando se interpone en el camino para asistir a una consulta médica, es una división de salud y bienestar. Cuando se interpone en el camino para adquirir habilidades y competir por puestos de trabajo, es una brecha de oportunidades.
De este modo, añade, la pobreza tecnológica “existe donde las personas carecen de acceso a la tecnología, la capacitación, las habilidades y las experiencias necesarias para prosperar en la economía del siglo XXI. Para la Ciudad, esto define un lineamiento de gran importancia para el cumplimiento de su misión. La lucha contra la pobreza tecnologica, en efecto, hace parte inseparable de la innovación para el cambio social que nuestro tiempo demanda.
En esta tarea, un punto de partida imprescindible consiste en fomentar y facilitar la alfabetización digital y mediática, esto es, la formación de las capacidades básicas necesarias para hacer uso de Internet como una forma de organización social y productiva. La disposición social hacia este objetivo se expresa, por ejemplo, en la amplia difusión de los teléfonos celulares en Panamá, en particular en sectores populares del campo y la ciudad, y en un amplio rango de edades. Ese rasgo de nuestra sociedad se corresponde, a su vez, con las tendencias globales que se expresan en el cuadro interactivo que vemos a continuación:

En una medida muy importante, sin embargo, en Panamá como en el resto del mundo esta difusión ha sido y sigue siendo autogestionada, lo cual limita su alcance a los intereses personales inmediatos de quienes utilizan la telefonía móvil. Esto establece una suerte de brecha adicional entre usuarios jóvenes y adultos, por un lado, y por otro entre quienes usan la tecnología únicamente para la interacción social y quienes la utilizan como un medio de trabajo en el sector de servicios de la economía, que ya está muy digitalizado y exige una alfabetización digital formal.
Desde la perspectiva de la Ciudad, la clave del problema radica en que la alfabetización digital y mediática hace parte del proceso de transformación de la sociedad panameña inaugurado por la integración del Canal a la economía interna, y de esta economía a la global. La mayor responsabilidad social en este terreno ha estado en entidades como INFOPLAZAS y el Ministerio de Educación.
Sin embargo, la alfabetización digital y mediática aún plantea un reto sin precedentes en el país de la Ciudad: hacer de las Tecnologías de la Información y la Comunicación una herramienta de desarrollo social tan común en este tiempo como lo fueron el pizarrón y la tiza en un ayer cercano, que entre nosotros y nosotras persiste en un presente tecno-cultural de gran resistencia al cambio. Un esfuerzo de esa complejidad no puede limitarse a la formación de individuos más capaces para hacer uso de las oportunidades que emergen de la crisis por la que venimos atravesando.
La creación de una sociedad próspera demanda el fomento de una economía de mercado de amplia base social. Eso requiere de la alfabetización digital y mediática necesaria para incrementar la productividad y la calidad de la producción en todos sus sectores, y que le facilite además llegar a ser inclusiva, sostenible y democrática. Tal es, sin duda, el sentido fundamental de la innovación para el cambio social en nuestro tiempo.