El saber de la Ciudad: La Ciudad y el campo, pasado mañana

Fundación

“Los ecosistemas sostienen las economías (y la salud);
pero las economías no sustentan los ecosistemas”

Miguel Altieri y Clara Nicholls [1]

La Ciudad encara la crisis provocada por el COVID-19 en dos planos. El primero, y más urgente, consiste en proteger a sus colaboradores, sus recursos y a sus afiliados. Aquí destacan tres líneas de actividad. Una consiste en preservar la salud, los puestos de trabajo y los ingresos de los colaboradores; otra, en mantener a la Ciudad viva y activa mediante el trabajo a distancia, y la tercera, en trabajar con las entidades afiliadas a la Ciudad para enfrentar juntos los problemas que compartimos todos.

El segundo plano mira al futuro más allá de la crisis. Aquí, una primera línea de trabajo consiste en asumir las iniciativas del plano inmediato como oportunidades para mejorar en el futuro la provisión de espacios y servicios de tecnología más adecuados, a modalidades de trabajo que van tomando cuerpo a partir de la crisis, y que probablemente se desarrollen en formas (y demandas) más complejas pasado mañana. El teletrabajo, por ejemplo, pasará probablemente de solución de emergencia a tendencia de organización, y eso demandará formas nuevas de colaboración entre la Ciudad y sus redes, para generar modalidades innovadoras de formación de capacidades y de producción de conocimientos a partir de experiencias adquiridas, para mencionar dos ejemplos.

Otra línea de trabajo consiste en fortalecer las capacidades de prospectiva y previsión de la Ciudad en el mercado de servicios de apoyo a la gestión del conocimiento. Un caso de especial interés, aquí, es el de la gestión de las relaciones futuras entre las sociedades y su entorno natural.

Al respecto, por ejemplo, Miguel Ángel Altieri y Clara Nicholls, dos renombrados agroecólogos de la Universidad de Berkeley, nos dicen en un artículo reciente que la pandemia de COVID-19 “nos revela la esencia sistémica de nuestro mundo, recordándonos que la salud humana, animal, de las plantas y la ecológica, están estrechamente vinculadas”. La producción de alimentos, en particular, demanda ya “un enfoque sistémico poderoso” que ayude a la Humanidad a explorar “los vínculos entre la agricultura y la salud, demostrando que la forma en que se practica la agricultura puede auspiciar el bienestar o, por el contrario… puede generar grandes riesgos y daños para la salud”.

Los monocultivos a gran escala, dicen, “ocupan alrededor del 80% de las 1,500 millones de hectáreas arables en todo el mundo, carecen de diversidad ecológica, y son muy vulnerables a las plagas”. Por lo mismo, la producción de alimentos a escala industrial demanda anualmente la aplicación de unos 2 300 millones de kilogramos de pesticidas, lo cual ocasiona “daños ambientales y en la salud pública estimados en más de 10 mil millones de dólares al año, solo en los Estados Unidos”.

La ganadería de escala industrial, por su parte, “es particularmente vulnerable a la devastación por diferentes virus como la gripe aviar y la influenza”, y además de hacer a los animales más susceptibles a las infecciones virales, puede generar “las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos más virulentos e infecciosos […] como sucedió en abril de 2009, con una nueva cepa de influenza conocida como el H1N1 o gripe porcina”.

Todo esto, además, se agrava “a medida que los agropaisajes biodiversos están siendo reemplazados por grandes áreas de monocultivo que causan la deforestación”. Y esto propicia la migración desde el bosque a las ciudades “de organismos previamente controlados por ecologías forestales de larga evolución, dando lugar a la aparición de enfermedades “nuevas”.

Ante estos problemas, plantean los autores, la agroecología proporciona las bases

para la transición hacia una agricultura que no solo tiene capacidad de proporcionar a las familias rurales beneficios sociales, económicos y ambientales significativos, sino que también tiene la capacidad de alimentar a las masas urbanas de manera equitativa y sostenible.

Transitar desde el modelo agrario-industrial hoy dominante en nuestra cultura, hacia uno agroecológico, no será sencillo. Toda innovación en este terreno será a la vez tecnológica y social, sobre todo si consideramos que los pequeños agricultores, que “solo el 30% de la tierra cultivable mundial”, producen sin embargo “entre el 50% y el 70% de los alimentos que se consumen en la mayoría de los países”.

En lo social, este cambio demandará políticas gubernamentales de largo plazo. La efectividad de esas políticas, a su vez, dependerá en una importante medida de la capacidad de las organizaciones de productores y consumidores para “acelerar el proceso haciendo elecciones diarias” que permitan “ayudar a los pequeños agricultores, al planeta y, en última instancia, a nuestra propia salud”. En breve, dicen Altieri y Nicholls,

La transición hacia la agroecología para una agricultura socialmente más justa, económicamente viable, ambientalmente sana y saludable, será el resultado de la confluencia entre movimientos sociales rurales y urbanos, que en forma coordinada trabajen para la transformación radical del sistema alimentario globalizado que está colapsando.

Este es el campo que avizora la Ciudad: aquel que garantice a un tiempo nuestra seguridad alimentaria, y una vida mejor para todos los productores de nuestro país. Y quizás tengamos en la Ciudad más recursos de los que imaginamos para avanzar con muchos y para el bien de todos hacia la innovación para el cambio social en las relaciones entre el mundo rural y el urbano.

Ciudad del Saber, Panamá, 10 de abril de 2020
Dr. Guillermo Castro, Asesor Ejecutivo de la Fundación Ciudad del Saber

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1. La agroecología en tiempos de COVID-19

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