El saber de la Ciudad: Epidemia, y futuro

Fundación

La Ciudad, con toda su gente y su sociedad entera, ha ingresado en la epidemia de COVID-19. Lo hace con la certeza de la razón que asiste al Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud, cuando nos dice que esta es la primera pandemia que la Humanidad está en capacidad de controlar, y se pregunta cómo contribuir a ese propósito.

La Ciudad sabe que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, pero que la salud es un producto del desarrollo humano. Eso explica que, si naturalmente los humanos tienen una expectativa de vida al nacer de unos 25 a 30 años, su desarrollo como especie les permite vivir hoy en promedio unos 70 años. De igual modo, si su condición natural era la de bandas nómadas de cazadores-recolectores dispersas en amplios territorios, hoy se concentren cada vez más en ciudades, que ya albergan más del 50% de nuestra especie – 70% en el caso de Panamá.

La producción social de la salud hace parte de la historia de nuestra especie, al igual que las formas de organización social, política y económica que ella ha ido adoptando a lo largo de esa historia. No es de extrañar, en este sentido, que las grandes transiciones civilizatorias del pasado hayan dado lugar a momentos de deterioro en la situación de salud de nuestra especie.

Así, en el curso de la transición de la Edad Antigua a la Media, la desintegración de las estructuras económicas y políticas establecidas por la romanidad dio lugar al deterioro de las condiciones de vida de la población, y abrió paso a una serie de epidemias que asolaron la cuenca del Mediterráneo y la propia Italia. Tan solo la llamada plaga del emperador Justiniano – probablemente de peste bubónica – ocasionó entre 25 y 50 millones de víctimas(entre el 13 y el 26% de la población mundial) entre 541 y 750.

Otro caso es el de la llamada “peste negra” – también bubónica -, que a mediados del siglo XIV se extendió desde China hasta Europa, donde exterminó al menos 30 millones de personas, en los inicios tempranos del proceso de transición de la Edad Media a la Moderna. En este caso, además del deterioro de las condiciones de vida de la población urbana y rural debido al agotamiento de las formas de producción y gobierno del feudalismo clásico, incidió un proceso de variabilidad climática que afectó a la agricultura y generó hambrunas y desnutrición, debilitando la capacidad de resistencia a las enfermedades de grandes grupos humanos.

Hoy nos encontramos en otro proceso de transición, del mercado internacional al global. El mundo se ha hecho más interdependiente que nunca antes en su historia, y las sociedades que lo pueblan atraviesan todas por complejos procesos de cambio social, político y económico. Al propio tiempo, sabemos más sobre la salud y las enfermedades que nunca antes en nuestra historia, y podemos actuar a la escala de millones de seres humanos para encarar y controlar una emergencia sanitaria como la que enfrentamos.

Hoy, el mayor factor de riesgo que enfrenta nuestra especie no es científico, sino cultural. Aquí se combinan dos elementos. Uno es el miedo, un sentimiento atávico, y la ignorancia que lo estimula y lo alimenta, que es una carencia moderna. Una de las manifestaciones más características del miedo alimentado por la ignorancia es la crisis de la solidaridad, que si por un lado empuja a muchos al acaparamiento de medios de prevención, por el otro estimula temores que justifican esa conducta en forma de fobias sociales del más diverso tipo.

El primer remedio que demanda el COVID-19 es la información sustentada en evidencia científica, que contribuya a disminuir la influencia del miedo en la vida social, y a elevar el nivel de la cooperación de las personas entre sí y con las autoridades que tienen a su cargo atender la epidemia que enfrentamos. En este terreno, la Ciudad tiene mucho que ofrecer, a través de sus relaciones de colaboración con entidades como el Instituto de Investigaciones Científicas Avanzadas, el Instituto Conmemorativo Gorgas de Estudios de la Salud -que tan importante papel desempeña en estos momentos –, el Programa de Salud Pública de la Universidad del Sur de la Floridad, y el movimiento Ciencia en Panamá.

La Ciudad, a fin de cuentas, encara el problema desde su visión de un futuro que será sano en la medida en que llegue a ser próspero, equitativo, sostenible y democrático. Esto, además, confirma nuestra misión: la epidemia, en efecto, nos recuerda hasta qué punto es necesaria una comunidad innovadora que pueda poner los recursos de la ciencia, la tecnología, la empresa y la cultura al servicio del cambio social necesario para mejorar la producción de la salud.

A fin de cuentas, esto es lo realmente fundamental, y esta es nuestra manera de participar en la tarea de hacerlo realidad. La pandemia nos ha revelado algunos de los riesgos que subyacen a la transición hacia un mercado global. Prever otras manifestaciones de esos riesgos en el futuro, y contribuir al desarrollo de las capacidades sociales que permitan encararlos y superarlos hace parte del corazón mismo de nuestra visión y nuestra misión. Somos lo que hacemos:seamos lo que debemos hacer.

Ciudad del Saber, Panamá, 13 de marzo de 2020
Dr. Guillermo Castro, Asesor Ejecutivo de la Fundación Ciudad del Saber

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