El saber de la Ciudad: El lugar de la Ciudad

Fundación

“Por la confusión de los términos
se confunden los hombres.
No hay que estar a las palabras,
sino a lo que está debajo de ellas”.

José Martí [1]

Venimos de un mundo en el que la educación, la investigación y la extensión eran actividades de la universidad. En ese mundo, la innovación correspondía al sector privado, en unos casos mediante el desarrollo de nuevos productos, y en otros – como el nuestro – mediante la importación de esos productos nuevos.

Ese modelo de relación entre la educación, la investigación y la innovación tomó forma a mediados del siglo XIX. Para mediados del siglo XX, había ingresado en una fase de transformación que no ha hecho sino acentuarse hasta nuestros días.

Es posible que esa transformación tenga sus raíces en la II Revolución Industrial, que a fines del siglo XIX incorporó la electricidad a los procesos productivos y la vida social, masificándolos y ampliándolos en un mismo movimiento. Eso requirió de un tipo de iniciativa en investigación y desarrollo que encontró sus condiciones más favorables en los Estados Unidos de Thomas Edison, Samuel Westinghouse y Henry Ford.

Para fines del siglo XX, empezó a difundirse una estructura formal de relacionamiento, en la que convergían empresas, universidades y el Estado en la producción y aplicación del conocimiento a la innovación. A esa estructura se la llamó Tecnoparques. Salvo casos puntuales en nuestra América – como el de Brasil – esa estructura tuvo una limitada eficacia, pues ninguna de las tres partes tenía la capacidad de adecuación necesaria, ni dependía de ello su futuro.

Hoy esas cosas están cambiando con creciente rapidez. Empezamos a entender que no se trata de adaptarse a un modelo nuevo, sino de construirlo cada uno en su propia circunstancia.  Y eso es posible gracias a que todos comparten un bien común al que llamamos Internet.

No fue en balde que, ya en el año 2000, Manuel Castells nos advirtiera que Internet no era una nueva tecnología, sino y sobre todo una nueva forma de organización social.[2] Hoy, en las puertas de la IV Revolución Industrial, en la que culmina la transición del mercado internacional al mercado global, empezamos a entender hasta dónde tenía razón el sociólogo catalán que hizo de la información su campo de estudio fundamental – después, por cierto, de haber llevado la sociología urbana a una innovadora expansión de su complejidad y su alcance.

A esa nueva forma de organización social corresponde la Ciudad. Por eso resulta tan complicado comprenderla para algunos, y entusiasma a tantos al entrar en contacto con ella.
Esa nueva forma de organización integrada de los procesos de investigación, difusión y aplicación del conocimiento corresponde por necesidad a un mercado nuevo. Así, lo que conecta a la Ciudad con su sociedad y con el mundo, y lo que define a sus asociados más cercanos es el nuevo mercado de servicios de gestión del conocimiento en cuyo seno toma forma la IV Revolución Industrial.

Ese mercado, como cualquier otro, demanda determinadas condiciones de producción – tecnológicas, de infraestructura, de servicios de apoyo técnico, de calidad de vida, de acceso a redes de colaboración y de estímulo al desarrollo de su actividad productiva. Proveer esas condiciones genera un nicho de mercado particular, que define tanto a los productos que la Ciudad ofrece como a los clientes que demandan esos productos.

Es bueno recordar, al pensar en estas cosas, que el mercado es abstracto, pero el cliente es concreto. Caracterizar y comprender al cliente desde las demandas que genera su actividad se convierte, así, en un factor decisivo para su atención y su fidelización a través de su integración a una comunidad innovadora que le facilita incidir en los procesos de cambio social de nuestro tiempo.

Esa visión del vínculo entre la Ciudad y sus clientes ha sido de gran ayuda en el momento de encarar la primera fase de la crisis detonada por la pandemia de COVID 19. Trabajando entre todos sus integrantes, la Ciudad pudo amortiguar el impacto sanitario y financiero de la crisis en el corto plazo, y se prepara para insertarse en el proceso de construcción de una normalidad nueva, que nos planteará a todo nuevos desafíos a mediano y largo plazo.

La comunidad que somos es lo que está debajo de las palabras que utilizamos para caracterizar nuestros problemas, nuestras esperanzas y nuestras tareas en estos momentos. Esa comunidad la hemos creado con nuestro trabajo, encarando de manera innovadora los desafíos que venimos enfrentando en el cambio de épocas que nos ha tocado vivir.

Desde ella, también, contribuiremos a construir la nueva normalidad, que será sostenible por lo humana que llegue a ser. Y lo haremos entre todos, o no se hará.

Ciudad del Saber, Panamá, 13 de noviembre de 2020
Dr. Guillermo Castro, Asesor Ejecutivo de la Fundación Ciudad del Saber

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