Armas por libros, soldados por estudiantes

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Palabras del expresidente de la República (1994-1999), Ernesto Pérez Balladares, en ocasión de los 20 años de Ciudad del Saber durante la Tradicional Siembra de Banderas que se celebra anualmente para conmemorar el inicio del Mes de la Patria.

A raíz de los recientes acontecimientos en Chile, el expresidente de ese país, Ricardo Lagos, expresó en una entrevista, un pensamiento sobre el cual he meditado mucho en estos días, cuando nos preparamos para celebrar las fiestas patrias y conmemorar el vigésimo aniversario de la Ciudad del Saber. “Cada generación tiene su épica», fueron sus palabras. Es una sentencia con validez universal.

Pensé entonces en la épica de aquellos profesionales y jóvenes que, desafiando las limitaciones jurisdiccionales de la época, sembraron banderas en la antigua Zona del Canal.

Pensé en la épica de aquellos institutores y universitarios que el 9 de enero de 1964 decidieron que la soberanía y nuestra bandera valían más que sus propias vidas.

Pensé en la épica de las negociaciones encabezadas por el general Omar Torrijos, quien, sin otro arsenal que la fuerza de los argumentos y sin otro recurso que la moral de nuestros reclamos, obtuvo de la mayor potencia militar del mundo la devolución del canal y el fin de su presencia militar en nuestro territorio.

Y recordé la épica que supuso prepararnos para asumir nuestras responsabilidades derivadas de los tratados Torrijos-Carter, para administrar el canal a partir del 31 de diciembre de 1999 y darles a estas instalaciones el mayor uso colectivo posible.

Si hay un lugar en nuestro país que representa y recuerda todas esas épicas es esta Ciudad del Saber.

Hoy volvemos a sembrar banderas panameñas para recordar aquellas gestas de los años 50 y 60 en las que lo hicieron cuando este suelo aún estaba bajo jurisdicción extranjera. Lo que se acuñó entonces como un eslogan de la época, hoy es una hermosa realidad: se sembraron banderas y se cosechó soberanía.

Desde aquí podemos ver ese tránsito de buques por las esclusas de Miraflores, para recordar que hace menos de 20 años lo hacían bajo las leyes de otro país, y que hoy lo hacen bajo una administración enteramente panameña. Allí está el símbolo de la lucha y la causa que unieron a nuestro país.

Y, además, estas instalaciones de lo que fuera la sede del Comando Sur, constituyen una muestra tangible de la manera como una gigantesca estructura militar extranjera se ha convertido en fuentes de empleo y de conocimientos. En efecto, tal como lo dijimos hace más de 20 años (a lo que a muchos entonces les pareció apenas una frase retórica): en lugar de armas hoy tenemos libros y en lugar de soldados, estudiantes y profesionales.

Las épicas de cada generación a veces las determinan los pueblos, a veces sus gobernantes, y a veces las circunstancias con las que se encuentran.

A lo largo del siglo pasado, el pueblo panameño, en especial su juventud, decidió que su prioridad, su papel histórico, era iniciar, al costo que fuera, la recuperación plena de nuestra soberanía. Y Omar Torrijos lideró la parte final de esa épica, y nos dejó la inmensa tarea de implementar lo que él había logrado. Que no fue tarea fácil.

Los que hoy disfrutan de estas instalaciones, los que hoy observan con curiosidad y admiración el tránsito de los buques, los que hoy ven cómo crece y se desarrollan las llamadas Áreas Revertidas, no alcanzan a imaginar siquiera la épica que supuso recuperarlas y reconvertirlas.

Preparar la infraestructura jurídica, que incluía un título constitucional, ley orgánica y reglamentos para el funcionamiento del canal constituyó, en sí mismo, una odisea, pues además del trabajo legal fue menester construir los consensos políticos indispensables para las tareas que teníamos por delante.

Pero no solamente era prepararnos para recibir y comenzar a operar el canal de una manera eficiente, segura y rentable. También teníamos que decidir qué hacer, cómo administrar colosales instalaciones militares y civiles e incorporarlas al desarrollo nacional.

De allí nació la idea de convertir la sede del Comando Sur en una sede de la cultura, una sede del emprendimiento y una sede de organismos internacionales.  En ese sentido quisiera destacar los aportes de cuantos han contribuido a forjar lo que es hoy la Ciudad del Saber, desde Gabriel Lewis Galindo y Fernando Eleta, al inicio, hasta los síndicos de ayer y de hoy, y a todos los que, como Jorge Arosemena e Irene Perurena, laboran con mística, entrega y patriotismo.

Debo decir, sin falsas modestias, que me enorgullece haber dirigido la preparación de nuestro país para asumir las responsabilidades que nos deparaba el siglo XXI, y me llena de una inmensa satisfacción advertir que esa tarea titánica —para muchos irrealizable— se cumplió plenamente. Los resultados están a la vista.

Pero más importante que resaltar lo bien que lo hemos hecho o aquello que podemos mejorar, es identificar la épica que le corresponde a esta generación, pues, así como lo fue recuperar el canal, prepararnos para administrarlo y aprovechar al máximo las instalaciones que nos entregaban, hoy no pareciera existir esa mística y unidad de propósitos que se requieren para las grandes tareas nacionales.

Se ha dicho, y aspiro a que se materialice, que la gran cruzada nacional que se avecina es por la educación y la erradicación de la pobreza. La tarea no es fácil, y ojalá la rica experiencia acumulada de cómo enrumbar el país en una sola dirección pueda servir a ese propósito.

Así adquirirían mayor significado aún, las épicas del siglo pasado que tampoco lo eran cuando se iniciaron. Al principio fueron unos cuantos profesionales (Aquilino Boyd, Ernesto Castillero, para citar solo algunos) y jóvenes idealistas los que sembraron las primeras banderas; al principio fueron seis estudiantes del Instituto Nacional los que portaron ese sagrado símbolo patrio el 9 de enero de 1964; al principio fue una voz que gritaba “Gobernador de qué”, y en todas las ocasiones después fue el pueblo panameño entero el que hizo suya la aspiración de ver ondear en nuestro territorio una sola bandera.

Por eso les decía, queridos amigos, que la Ciudad del Saber, sin que nos lo hubiéramos propuesto los que concebimos su creación, se ha convertido en estos 20 años, en el símbolo de todas esas luchas, de todas esas epopeyas pasadas. Mi esperanza y mi deseo es que también sea parte de las épicas futuras.

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